La pretensión de esta ponencia es contribuir a la diferenciación del campo de la “neuropsicopatología”, propio de los llamados “trastornos cognitivos”, del campo de la “psicopatología” estricta, más propio de la fenomenología neurótica y psicótica en general.
La primera gran diferencia entre estos dos campos semiológicos, puede ser señalada a partir del título de este symposium: “desórdenes cognitivos”, frente al de “trastornos”.
Las perturbaciones cognitivas que presentan los enfermos del tipo “demencia o deterioro”, son más bien desórdenes, pérdidas de la ordenación del campo de presencia mental del entorno, que propiamente trastornos. Esta última palabra indica más bien que una estructura se ha trans-formado en otra distinta, pero no menos estructurada.
En las estructuras psicopatológicas el orden normal se ha tras-tornado, se ha tornado en otro orden más allá del normal. El orden delirante no es que esté poco ordenado; lo que está es ordenado de un modo incongruente con la realidad. En el caso del obsesivo, es patente que en sus estructuras psicopatológicas no falta el orden, en todo caso sobra.
En la neuropsicopatología, lo que primariamente sucede es un desorden, una pérdida del ordenamiento estructural de la relación, tanto cognitiva como práxica, del sujeto con su entorno y consigo mismo.
La segunda gran diferencia entre neuropsicopatología y psicopatología es de tremenda importancia epistemológica y semiológica. Los desórdenes neuropsicopatológicos son fruto manifestativo directo de la afectación estructural de las redes neurales. La pérdida de estructura neural se manifiesta como pérdida de su función ordenadora de las formas sensoriales y práxicas, y del ordenamiento formal lógico de sus estructuras de síntesis simbólico–lingüísticas. Son distorsiones funcionales que aparecen semiológicamente como signos, que señalan la distorsión estructural orgánica. Son signos de carácter objetivo frente al sujeto epistémico del semiólogo, que señalan a la estructura orgánica como causa física del disturbio funcional, de la manifestación semiótica. La “apraxia” en un Alzheimer no es fruto de la distorsión subjetiva del comportamiento del enfermo; es una patentización funcional de la desorganización de la corteza cerebral.
En el campo de la fenomenología psicopatológica, la significación semiológica de los síntomas que aparecen en la vida del paciente es radicalmente distinta. Aquí, lo que llamamos síntoma es el producto de la auto-objetivación que el propio sujeto psíquico del paciente ha producido en el campo de su vivir y vivenciar. La estructura psicopatológica propiamente dicha, en cambio, es el proceso comportamental del sujeto, que construye su síntoma como una alienación de algo propio, que coloca fuera de sí, como siendo algo objetivo con realidad propia, independiente de él como sujeto, en un claro fenómeno de “reificación”.
Pongo un ejemplo: un “fóbico” a los cuchillos u objetos punzantes percibe el objeto como teniendo animadversión contra él, lo percibe con intención agresiva, con propósito amenazador. Es obvio que este objeto inerte no puede estar realmente animado de esas intenciones maléficas (ni tampoco benéficas), salvo en el caso de ser un objeto perteneciente a un mundo “animista”, como es precisamente el caso del mundo vivencial fóbico.
En el caso de las estructuras psicopatológicas el síntoma no es meramente la manifestación a la luz de un desorden funcional de una estructura orgánica. Aquí el síntoma aparece como parte –la parte auto-objetivada por el paciente– de una estructura comportamental que abarca al propio sujeto del paciente y a la estructura de mundo que lo afecta vivencialmente con su sentido.
Las “estructuras psicopatológicas” son trastornos de la organización informacional del sentido de las cosas del mundo en tanto que afectan la vida de la persona, a diferencia de los “síntomas neuropsicopatológicos” que son desórdenes funcionales del significado cognitivo de las cosas en el mundo. [Otra cosa es que las funciones superiores del neuroeje humano estén al servicio de la organización de la estructura simbólica de su comportamiento; por lo tanto, sus fallos funcionales aparecen en el ámbito informacional de la conducta. Por ello hablo de neuropsicopatología y no simplemente de neuropatología como sería el caso de la alteración de los reflejos o del tono muscular, que se constatan en la exploración sobre el propio cuerpo, en el seno del mismo organismo. Una agnosia no es constatable más que en la relación comunicativo-simbólica con el entorno.]
Esquemáticamente, diré que esta diferencia toma fundamento en la clara distinción entre función y acción. Esta diferencia es:
- a) Por razón del sujeto, ya que el sujeto de la función es la estructura física u orgánica que la ejecuta y el sujeto de la acción es el ser viviente entero, como unidad indivisible, es el individuo en su integridad.
- b) Por razón de univocidad o multivocidad, ya que la función depende determinativamente de la estructura que la ejecuta. Mientras que una misma acción puede ser realizada con diferentes estructuras y con una misma estructura pueden realizarse diferentes acciones.
- c) Por razón del tipo de causalidad operante, ya que la función responde al concepto de “por qué” y la acción responde al concepto de “para qué”.
De estas tres distinciones se puede concluir que:
1) El desorden funcional nos señala, más o menos unívocamente, una alteración o lesión orgánica. La perturbación comportamental nos indica un ámbito multívoco de la posible alteración, es el ámbito de comunicación afectante entre persona y mundo, con sus estructuras de sentido, tanto textuales y contextuales, como de intencionalidad. No tiene el mismo sentido una conducta en un contexto que en otro, ni con un propósito que con otro.
2) La exploración de las funciones neurales, aún de las superiores simbólicas, se efectúa sobre el plano del rendimiento. Y este aparece como un producto formal. Se trata de medir los rendimientos de configuración de las formas (las Gestalten), sean formas captativas, elaborativas o ejecutivas. Por ello esta exploración debe ser formal, seguir un “pattern”, un modelo.
La exploración del plano estrictamente personal, del comportamiento psicológico, no busca medir rendimientos formales, busca entender y comprender el sentido de las acciones de una persona en su situación. La exploración semiológica en psicopatología debe ser informal (procedimiento coloquial) y realizada en el encuentro comunicacional interpersonal. Y su patrón de apreciación de patología, tiene que ser el de la realización o desrealización personal del explorado, su personalización o despersonalización, no el rendimiento productivo.
3) La última consecuencia general de la distinción entre función y acción es la necesidad de introducir epistemológicamente al sujeto del paciente y su intimidad, lo subjetivo, en la exploración y evaluación psicopatológica. En nuestro caso de la exploración funcional neuropsicopatológica, no necesitamos conocer la intimidad subjetiva, personal del paciente, para explorar sus rendimientos formales en el campo gnóstico , en el práxico o en el lingüístico formal, tampoco en el de la lógica formal con sus juicios expresados en silogismos. Aquí exploramos sus capacidades funcionales de formalización simbólica, con el mismo principio con el que exploramos su capacidad pulmonar o su rendimiento hemodinámico.
Ambitos de ordenación: razón, logos, inteligencia.
Si las perturbaciones neuropsicopatológicas son desórdenes, es conveniente tener claro qué es el orden y cuáles son los factores de ordenación del campo simbólico.
Orden es una estructura sistemática, una interrelación de elementos coherentes entre sí según principios normativos, según unas reglas combinatorias, con una estratificación jerárquica de niveles, cuya sistematización construye tanto la estructura genérica unitaria, cuanto los distintos elementos constituyentes de ella, a los cuales otorga su disposición, esto es, su lugar y función dentro de la estructura. Un ejemplo claro de esto es la estructura de un lenguaje.
Pasemos a señalar escuetamente los factores de ordenación.
La Razón (factor discriminativo)
Esta capacidad humana, la más elevada jerárquicamente en la organización de su comunicación con el entorno, debe ser referida, creo, al descubrimiento de las estructuras íntimas de la realidad, tanto propia como ajena, para fundamentar en ella el intento de realización de nuestras acciones. Sería esta una capacidad de discriminación operativa.
Ahora bien, la razón puede operar de distintos modos en su función de esclarecimiento de las estructuras profundas de lo real. Puede operar a partir de la experiencia de interacción práxica con la realidad (sería el caso de la ciencia experimental, por ejemplo); o puede operar, la razón, a partir de creencias y dogmas recibidos por tradición, que postulan incuestionablemente cuál sería la estructura verdadera de la realidad, sin necesidad de la experiencia; o puede operar la razón a través de un método intuitivo (como en el caso de la poesía).
El caso de la razón dogmática, que opera con prejuicios genéricos sobre la realidad, lo encontramos con frecuencia en psicopatología, como prejuicios ideológicos sobre un género de la realidad, como en las fobias (a todos los perros, no a este). Pero no sólo encontramos perturbaciones racionales en las fobias, también en toda “filía” o adicción, y en los “racionalismos mórbidos” y en el hiperracionalismo de las “personalidades ideológicas” y en los fanáticos, y en las psicopatologías de la reflexividad, como es el caso de los cuadros obsesivos.
Este factor racional de ordenamiento del comportamiento está afectado en muchas estructuras psicopatológicas, pero no en los desórdenes cognitivos. Al menos no como ámbito del desorden primario, aunque frecuentemente sea el primero en sufrir una suerte de nublamiento u ocultación, ya que los trastornos subyacentes impiden su buen uso o que esta aparezca. En algunos casos demenciales incipientes el paciente tan sólo no sabe dar razones de su comportamiento o de la falta de este.
El logos (la diferenciación)
Este es el campo fundamental donde se da el desorden de las alteraciones cognitivas. Digamos, en primer lugar, que “el logos” es un campo, a diferencia de la lógica, que denomina las estructuras formales que se generan en este campo. Al tiempo, el logos señala la propia estructura operacional del campo. Uso aquí el término “operaciones” en el sentido de Piaget, de ser estructuras transaccionales “liberadas” desde el plano morfológico-funcional hasta su nivel simbólico-abstracto.
¿Cómo es este campo? Es el medio en el cual se ordenan las diferentes unidades individuales que captamos y con las que operamos, integradas en conjuntos coherenciales. Las “cosas” individuales que percibimos y manejamos nunca están presentes de modo aislado, desgajadas del conjunto unitario de presencia coherente del mundo habitual. (salvo en el caso de algunas patologías o por la acción de ciertas drogas alucinógenas).
Usualmente percibimos y operamos en un paisaje unitario, de multitud de cosas diferentes integradas en un conjunto coherente.
La unidad de conjunto no es, normalmente, ni confusa, ni difusa, ni homogénea; es una unidad coherente de cosas diferenciadas, siendo cada una cada cual, aunque sean diferentes cosas “de” ese conjunto.
En realidad, las operaciones diferenciadoras lo que hacen es di-ferir, llevar cada una de las unidades a su propia dimensión; pero este llevar (ferir) es dentro de un medio, que queda en medio, diferenciando y relacionando al tiempo, es la unidad del campo como mediación. Diferenciar es separar activamente unas cosas de otras, como correlación que distingue entre ellas, dentro de la unidad del medio campal.
Un ejemplo: para poder enterarnos de la hora mirando un reloj analógico, tenemos que diferenciar cada uno de los íconos horarios, al tiempo que percibimos su ordenación serial (del 1 al 12), como distribución topológica regional de la unidad del campo de la esfera unitaria. A la vez, percibimos una jerarquía significativa para la asignación temporal entre las marcas horarias y las de minutos, coherentemente con la disposición, también jerárquica, de las agujas horaria y minutera, para el dimensionamiento del tiempo astronómico. En nuestra habitualidad cotidiana, todo este ordenamiento diferencial-integrador pasa desapercibido en una acción ya automatizada. Pero este ordenamiento complejo, queda al descubierto en el esfuerzo del niño pequeño por aprender a leer el reloj correctamente; y puede quedar de manifiesto por su desestructuración en el caso de los desórdenes cognitivos.
La diferenciación integradora del logos separa unidades discretas a través de las propias correlaciones, por ejemplo de comparación. Toda diferenciación implica una comparación, con la cual se separan dos identidades distinguidas. También es la comparación el medio que genera las clasificaciones por identidades colectivas, originando clases y subclases con sus jerarquías, inclusiones y exclusiones.
Las formulaciones de las correlaciones diferenciales, que funcionan adscritas al proceso de identificación/ desidentificación, constituyen los juicios. Todo juicio es basicamente un juicio de identidad y este se sustenta en la estructuración genérica del campo del logos, que genera distintos modos de ejercicio del juicio. El juicio sensato es el que se apoya en las dimensiones de lo real. El juicio sano es el que se apoya en... y promueve a... la constructividad. El juicio crítico es el que se apoya en la experiencia propia de la realidad, frente al dogma.
Con la última frase sobre el juicio crítico, se patentiza que el logos, que sirve para diferenciar las cosas, sirve también para diferenciarse el propio sujeto respecto del entorno, para tomar distancia frente a los objetos y también frente al medio. Esta distancia frente a lo otro es lo que permite su clara objetivación, a la vez que patentiza y afirma la propia subjetividad.
Sobre esta base estructural de diferenciación de cada objeto, con una identidad consistente y persistente, y un sujeto liberado de la facticidad de lo dado sensorialmente, por la distancia cobrada frente a lo otro, surge la relación simbólico-abstracta. El distanciamiento del logos permite el surgimiento de la imaginación creadora, sin la cual no hay símbolos. Las identidades persistentes de los objetos permiten su denominación simbólica y el juego imaginario de correlaciones formales abstractas permite el surgimiento de las estructuras combinatorio-simbólicas de tipo lógico-lingüísticas.
Sobre estas estructuras se produce el deterioro de los desórdenes cognitivos con su desestructuración progresiva, que afecta a la diferenciación identitaria de elementos y a su denominación, cuanto a la estructuración de clases y subclases en sistemas combinatorios, que se patentiza en los juicios emitidos verbalmente o en la disolución de los esquemas práxicos.
El desorden cognitivo específico:
¿Cuál es el desorden del medio lógico, del campo del logos, específico de los desórdenes cognitivos? ¿Cómo se desordena este campo en esta patología orgánico-funcional? Se trata específicamente de un desorden de con-fusión. Esto quiere decir que el campo se hace más homogéneo: su estructura pierde coherencia y sus elementos pierden diferenciación; tienden a confundirse unos con otros.
Esta específica desordenación es el paso de lo epicrítico a lo protopático, señalado magistralmente, hace tantas décadas por Gelb y Goldstein.
No se trata de que el campo se difumine y su lógica se haga difusa, como pasa a veces en la esquizofrenia. Ni se trata de que se desestructure el campo, que este se desintegre en elementos inconexos, como suele suceder en la fase apofánica (de Conrad) del brote esquizofrénico. En los desórdenes cognitivos asistimos a la progresiva simplificación del campo por pérdida de su complejidad estructural: las unidades diferenciadas dentro del campo son cada vez menos numerosas y más toscas, más masivas, al tiempo que sus interrelaciones se hacen más laxas, lábiles y groseras. La estructura se hace confusa, no se desintegra. Se pierden diferencias y correlaciones, surge la confusión y la incoherencia.
Todas las pérdidas de órden señaladas aparecen semiológicamente como desleimiento o disolución del orden significativo de la conducta, con merma de la definición de los significados. El tema de “el significado” con todas sus categorías es de una enorme complejidad, que no abordaré aquí. Pero es imprescindible al menos mencionar dos asuntos insoslayables para esta ponencia. Primero el tema del ordenamiento “contextual” del campo lógico-lingüístico. Segundo, la rigurosa diferenciación entre significado y sentido, dentro de la relación comunicativa simbólico–informacional del comportamiento.
Ordenamiento contextual
Por brevedad y claridad expositiva, elijo el ámbito lingüístico para referirme al tema de la contextualidad. Una frase cualquiera encierra una estructura sintáctica, que opera sobre sus palabras asignándoles funciones específicas que definen diferencialmente su significado semántico. Esto es lo que hace inteligible a la frase y sus palabras. La inteligibilidad no es posible sin el sistema general de estructuras morfológicas, semánticas y fonológicas de una lengua, pero tampoco sin la cosmovisión compartida como mundo común por la colectividad lingüística-cultural, en que se apoya y a la que expresa la lengua.
Esa estructura sistemática lingüístico-cosmológica, que subyace en el imaginario colectivo de cada grupo lingüístico, es la que constituye la serie de palabras como frase con significado inteligible. Esa estructura subyacente es el medio en que aparecen las expresiones significativas, es el contexto en que se apoya el texto de la elocución.
Ahora bien, una frase aislada puede ser inteligible si está bien constuida, bien ordenada. <<La misteriosa luna encierra en su límite circundante el humano mundo >>. Pero...¿cuál es su estricta significación comunicativa? No lo sabemos, es imposible precisarlo con la frase aislada. Sólo dentro del contexto narrativo en que aparece el texto, los significados textuales estan determinados. La frase aludida no dice lo mismo en un libro de poesía, que en un texto de cosmogonía precientífica, que en el discurso científico de un astrofísico actual, que en el relato de las vivencias cosmogónicas de un paciente delirante.
Pero aún más allá, lo que perfila claramente la significatividad de la misma narrativa es la situación práctica en que ella aparece. Es lo que la lingüística contemporánea llama “pragmática”. Tan sólo teniendo en cuenta la situación pragmática en que se encuentra y con la que está operando el explorado, es posible inteligir cabalmente sus expresiones. Sin parámetros contextuales no se puede evaluar un acto ilocutivo, ni una acción cualquiera. En nuestro tema, lo importante a señalar es que la complejidad estructural que se va desordenando, afecta progresivamente desde los contextos más abstractos a los más concretos, de los más complejos a los más simples y de los más infrecuentes a los más habituales.
Significado y sentido:
La diferenciación conceptual entre estos dos conceptos es capital para la semiología psiquiátrica, y para la clínica. Los síntomas neuropsicopatológicos son “desórdenes” del ámbito del significado. Las estructuras psicopatológicas son “trastornos” del ámbito del sentido.
Ambos, significado y sentido, son dimensiones simbólicas de carácter informacional de la relación comportamental entre el ser humano y el mundo humano. La captación informacional simbólico-abstracta de las correlaciones, tanto diferenciales cuanto integradoras entre las cosas, es lo que aparece como significado. El “significado” es la información que la cosa da sobre sí, como siendo “tal” en relación al conjunto global de las cosas en que ella aparece. Es la forma de estar en el conjunto, que in-forma la disposición correlativa de la cosa en la estructura general de correlaciones significativas, que es lo que denominamos mundo. El mundo humano es la estructura de significados del conjunto de todas las cosas que aparecen. Y una cosa es <<una Gestalt o configuración, con significado>> (Gemelli dixit).
Una cosa aparece siempre significando, con significado, aunque sea el de insignificante o el de significado oscuro o ignorado. De algún modo el significado refiere –simbólicamente- la disposición funcional de algo en el todo, aún en los otros modos disposicionales, por ejemplo los de colocación. Pero toda función informativa de un significado depende del mundo común de un colectivo cultural-lingüístico determinado, que posee una misma estructura significativa habitual de mundo. En cierto sentido esto corresponde al llamado en fenomenología “mundo de vida” o Lebenswelt.
Ejemplos de significado: “nube”, que es una estructura proteiforme que se mueve por el cielo, pudiendo tapar el sol y de la cual, a veces, cae lluvia. “Lápiz” es un utensilio para escribir sobre papel, cuyos trazos pueden ser borrados con una goma.
Los significados son colectivos, y su uso individual depende del uso habitual en el mundo de significados del colectivo de pertenencia. De aquí que la exploración de las estructuras de significado en los desórdenes cognitivos, como son las agnosias, las afasias, las apraxias y los juicios descriptivos (NO los de valor), se realizan con el lenguaje coloquial habitual compartido por el explorado y el explorador, sin necesidad de investigar o develar las formas personales íntimas del sentido.
El “sentido”, en cambio, es personal e íntimo; ni está a la vista ni es compartido necesariamente por el colectivo social. Sentido es la información simbólico-abstracta que una cosa, con significado claro está, cobra en su actualización para una persona concreta, por el modo como la afecta para realizar su propia vida, su vida personal. De aquí que toda presencia de un sentido (temible, por ejemplo), implique un afecto en esa persona (temor, en este caso). Sentido es lo captado de la cosa como afectación de mi vida, por eso la captación del sentido es sentida, es afectiva, a diferencia del significado que es sólo inteligido, captado cognitivamente, sin implicación emocional.
La exploración del sentido afectivo, valga la redundancia, tiene que ser necesariamente vivencial e íntima en cada explorado. Esto invalida, a mi juicio, las tablas interpretativas de sentido ya establecidas, sea por la escuela de pensamiento que sea. En psicopatología, donde se presentan los trastornos de sentido –en eso consiste su fenomenología- no es obviable el sujeto particular de la persona con su íntima subjetividad. [Sólo desde ella es captable el sentido amenazante de un cuchillo colocado encima de la mesa, más allá de su significado instrumental como útil de mesa; distinción que el fóbico establece con toda claridad,...no siempre el semiólogo. Otra cosa es que el fóbico no pueda discriminar racionalmente en y con su conducta las acciones diferentes en que un cuchillo puede estar involucrado, ya que está atrapado por el sentido de amenaza, y esto aún cuando sea una persona claramente inteligente.]
El último punto de mi ponencia, la inteligencia, lo presentaré sin desarrollar, dado su papel subsidiario en los desórdenes cognitivos.
La inteligencia (la distinción)
Aunque los déficit cognoscitivos sean frecuentemente relacionados con problemas de la inteligencia, no son alteraciones primarias de la inteligencia, aunque terminen afectando a su ejercicio.
Claro está que razón y logos son expresiones de la específica inteligencia humana, dimensiones que emergen necesariamente de ella, una vez que esta hace aparición en el proceso de hominización. Pero razón y logos son sistemas emergentes, que configuran sus propios ámbitos estructurales en sus propios niveles, lo que permite su diferenciación conceptual y su discriminación operativa, como he pretendido mostrar en la ponencia. La inteligencia ni discrimina ni diferencia, tan sólo distingue, aunque la distinción sea la condición de posibilidad para que aparezcan las otras dos operatividades.
La inteligencia humana, como función formalizadora básica de la correlación humano-entorno, lo que hace es hiperformalizar las formas de presencia de los estímulos sensoriales, hasta construir configuraciones independientes de la situación estimúlica. Estas unidades configurativas, independizadas (no aisladas) de la situación fáctica y de la propia situación orgánica de sensibilidad a los estímulos, quedan presentes, quedan actualizadas para el hombre por su inteligencia, como algo consistente y persistente por sí mismo, como una realidad independiente de su captación e independizable del entorno.
Sin esta última característica de la presencia inteligente, la independización de algo con estructura propia respecto de su entorno, sin ella, no habría aparecido la capacidad de construir, conservar, transportar y transmitir útiles instrumentales o “instrumentos amovibles” como los designan los paleoantropólogos. Ello es, precisamente, lo que opera como índice para discernir la frontera entre lo pre y lo verdaderamente humano.
Sin la primera característica de presencia inteligente del entorno humano, como actualización de cosas reales con estructura propia, como “realidades de suyo", no habría emergido el nivel lógico de la inteligencia, con sus estructuraciones imaginativo-abstractas de tipo combinatorio, que originan el ámbito significativo como lenguaje y como juicios descriptivos de la identidad talitativa de las cosas. Este es el surgimiento del orden cognitivo. Y sin esa misma presencia del significado estructural de las cosas reales, como siendo algo en sí mismas, el hombre no se habría preguntado racionalmente por la estructura íntima de las cosas, más allá de su simple apariencia. Ni habría dado sus maravillosas respuestas históricas como razón mítica, poética, teológica, filosófica o científica, ya sea esta especulativa, ya sea experimental.
No es la inteligencia, en su función básica de distinción perceptiva, lo afectado primariamente por los desórdenes cognitivos. Lo primariamente afectado en estas patologías es el logos.
Cierto es que, en ultimidad, la inteligencia es una, a pesar de su presencia trina; de aquí que el desorden del logos pueda obscurecer la presencia de la razón discriminante desde sus inicios y que termine por afectar la capacidad de distinción básica de la inteligencia en sus cuadros terminales.