El concepto de “expropiación” es esencial para tipificar como patológico cualquier proceso vital o cualquier estructura vital. De hecho, es la experiencia del extrañamiento de lo propio lo que constituye la experiencia de enfermedad.
Lo enfermo aparece como algo que, estando dentro de la propia vida es incoherente con ella o enemiga de ella. Nadie percibe algo suyo como enfermo si esa dimensión suya es armónica con la totalidad de su ser vivo y colaboradora de su integridad y de la realización de su conducta.
Inicialmente el enfermo no percibe el proceso desintegrador sino sus productos. En la historia de la medicina sucedió lo mismo, dado que en la vida cotidiana, con su epistemología ingenua, se perciben los objetos, no su devenir constitutivo. La medicina percibió mucho antes las lesiones anatómicas que los procesos fisiopatológicos.
La actual psiquiatría, con su epistemología objetualizante, presta más atención a los productos patológicos que a los procesos patológicos que los produce.
En la actual Biología Epigenética, un organismo es un sistema autoorganizativo, autoconstructivo o autopoiético, como es designado, desde la obra de Varela y Maturana. Es un sistema dinámico, constructor de su propia identidad como una unidad coherente, tanto estructural cuanto funcional. Este sistema autopoiético crea la propia identidad como una estructura distinguida del entorno por una frontera, que en la salud opera diferenciando su medio interno del medio externo.
La enfermedad somática es toda estructura y proceso que opera, desde dentro del organismo, en contra de la producción y conservación de la propia integridad biológica. Este proceso constituye una “expropiación” de lo propio. Así sucede con la pérdida de la frontera entre medio interno/medio externo, en las quemaduras de la piel. O en el caso de la hipotermia, como pérdida de la temperatura propia. También en el caso de la pérdida funcional del sistema inmunitario, que defiende al propio organismo de la invasión de los organismos extraños. Y es el caso de las células cancerosas, que pierden su coherencia reproductora respecto del resto de los tejidos, y se vuelven extrañas al organismo, al cual tienden a invadir malignamente desde dentro.
Todas ellas son “ex-propiaciones” que desestructuran la vida, y que pueden llevarla a su des-trucción, a la muerte del organismo, el cual se desorganiza y se hace homogéneo con el entorno. El organismo pierde su dinámica autopoiética que construye su propia identidad diferencial, en contra de la entropía homogeneizante.
Pero un organismo no es tan sólo una estructura clausa, cerrada en sí misma, sino que es un sistema abierto, comunicado con el medio para incorporar y asimilar materia, energía e información. En realidad el sistema orgánico mantiene una relación con el medio que es al mismo tiempo cooperativa y diferenciadora. Esta relación comunicativa con el medio es lo que llamamos conducta o comportamiento del viviente. Un organismo sin conducta es una abstracción.
En realidad el sistema vivo (o de vida) es el comportamiento, que produce los dos polos coherentes y diferenciados de la vida: el nicho ecológico y el organismo.
Como es obvio para los psiquiatras, también hay patología de la conducta. La conducta está enferma cuando destruye significativamente las estructuras apropiativas y apropiadas del sistema de vida, cuando destruye lo propio. Esto sucede cuando es una conducta “auto-expropiativa”. Buen ejemplo de ello serían las drogadicciones.
Con este ejemplo sumario de patología de la conducta, que es evidentemente humano, se plantea la anunciada humana condición de posibilidad de la enfermedad del comportamiento. La conducta incorporativa/excorporativa, como proceso comunicativo/ diferencial, es realmente un intercambio informacional, o al menos depende de él.
Si la comunicación informacional con el medio es inadecuada o inapropiada, se producirá una patología de la incorporación/excorporación y de la diferenciación identitaria. Una buena muestra de ello sería la “anorexia nervosa”.
La distorsión comunicativa por perturbación del propio nivel informacional parece ser una característica sólo humana. Los animales en vida natural no presentan ni obesidad ni delgadez patológica, ya que su conducta responde a estímulos que informacionalmente son señales, cuya significación vital siempre es apropiada, ajustada a la estructura de comportamiento de la especie y a la situación del medio interno del individuo, cohesionado este con su grupo de pertenencia y con su nicho ecológico. En los seres humanos la comunicación informacional ha devenido simbólica, gracias a su sensibilidad inteligente. Y también gracias a su “fantasía creadora”. El nivel simbólico del hombre, construido básicamente por significados y sentidos, permite al hombre ir más allá de los hechos dados, para desvelar y descubrir la estructura íntima de la realidad, para construir nuevas realidades y también ficciones. En las cuales puede quedar atrapado, impidiéndole tener una conducta realizadora de sus intenciones.
La tesis básica de esta exposición es que, en el nivel personal de la vida, todo proceso psicopatológico es una conducta de “des-apropiación” que convierte una dimensión personal en impersonal o en apersonal. Este es un tipo específicamente humano de “expropiación”, por el cual no sólo deja de ser propio algo que ya pertenecía a uno, sino que uno mismo, con su propia conducta, se aliena o enajena una dimensión propia, imprescindible para seguir siendo uno mismo. Esta conducta de alienación (Entfremdung), donde lo propio es transformado en extraño y extranjero (Fremd en alemán), produce a la vez la enajenación (Entäusserung) de “sí mismo”, del sujeto como siendo algo objetivo, delante (“ob”) del sujeto; es una auto-objetivación.
Este proceso de autoobjetivación fue inicialmente descrito por Hegel, como el proceso de auto-objetivación cultural del espíritu humano para poder relacionarse el sujeto consigo mismo, y asumirse plenamente a sí mismo.
Sobre la saga de Hegel desplegó Marx su teoría socio-económica de la alienación social del hombre. Y luego Lukács, su teoría antropológica de la “cosificación” humana, con una conceptuación tremendamente pertinente a nuestro tema.
La persona, para llegar a tener una personalidad propia y una vida personal saludable, tiene que apropiarse activamente de las dimensiones de su vivir. A ello alude con precisión Gadamer –en su libro sobre “El estado oculto de la salud”– al señalarnos que “experimentamos (...) la salud (...) como lo mesuradamente apropiado”. La personalización de la vida humana se realiza por apropiación activa desde la propia “autonomía”, desde los criterios propios, frente a toda heteronomía. Este es un punto que situó muy bien Castoriadis, en relación con el surgimiento de la libertad humana, el ámbito propio de la psicopatología, así señalado por multitud de autores.
Si la personalización es fruto de la apropiación, la despersonalización es fruto de la des-apropiación. Es el modo personal de expropiación como comportamiento, es la autoalienación de la enfermedad mental. Es la desrealización del sí mismo personal, que se impersonaliza, transformando lo personal en impersonal o en apersonal. “La enfermedad se autoobjetiva, la salud no”, señaló Gadamer nuevamente con profundidad.
Ahora bien, cual es el concepto de propiedad en el terreno psíquico? En el terreno psíquico, algo es propio cuando el sujeto dispone libremente de ello desde sí mismo. Disponer (activamente) de algo según el propio criterio autónomo convierte ese algo en una realidad propia. Disponer quiere decir utilizar por sí mismo y organizar desde sí mismo. Es el concepto de apropiación personal, no legal. Tomemos en cuenta que la apropiación del comportamiento, hasta la plena realización autónoma, es fruto de un proceso de maduración humana. La conducta evolutiva del niño va haciendo aparecer progresiva y progredientemente los distintos niveles de personalización de la vida. Primero aparece el “me” pasivo vivencial, luego el “mi” posesivo y luego el “yo” activo. Por último, ya en la adolescencia aparece el “yo mismo”, como núcleo autónomo y auto configurador de vida personal. La psicopatología es una auto-desapropiación del nivel del yo mismo autónomo, o del yo activo, o de lo mío.
Veamos unos pocos ejemplos psicopatológicos:
Alienación de “el mí” (lo mío)
- En una “fobia de objeto” el sujeto fóbico no puede utilizar el objeto, disponer de él, ni apoderarse de su poder (el fuego, un cuchillo, etc..), como recurso para realizar sus propósitos. No incorpora el objeto a su propia vida, en una “actitud adinámica”, muy bien señalada por von Gebsattel, que torna al sujeto impotente.
- En una “fobia de situación” el sujeto no puede disponer del espacio como estancia (de acogimiento) o como tránsito (acceder a). Como sucede en la agorafobia o en la claustrofobia. Los espacios no son configurados por la propia acción. Esto puede originar, especialmente en la agorafobia, la vivencia de desestructuración del espacio.
- En ambos tipos de fobia lo alienado es primordialmente la tercera dimensión. El fóbico no se apropia de la distancia, como sujeto del espacio de acción del objeto fóbico, quedando atrapado en el espacio de amenaza del objeto, dentro de su alcance. En este caso, el espacio no es mío, es el espacio el que se apodera de mí.
- En el “humor depresivo” el sujeto siente que no puede disponer del mundo, que se ha vuelto inaccesible. Al tiempo que pierde su apetito por el mundo vacío de posibilidades, y el sujeto se siente desolado en el vacío vital.
- En el “ánimo ansioso” el sujeto carece de tiempo propio, el tiempo no está a su disposición. Por el contrario, el discurrir del tiempo ajeno, “de las cosas, del mundo y de los otros” lo urge con prisa hacia el futuro, sacándolo del presente, el único real de realización. El ansioso no se da tiempo a sí mismo, se pierde en el tiempo ajeno.
- En la “hipocondría” el organismo ya no es un instrumento (organon) que construye la vida del sujeto. El propio organismo es el enemigo de la propia vida.
- En la “dismorfofobia” se pierde la propiedad de la expresión, que ya no es mía, no es mi manifestación, sino propiedad del juicio identificatorio de los otros.
Alienación de el “Yo activo”
- En el “psicótico delirante” se pierde la condición formal de ser sujeto dueño de los propios actos y acciones. El enfermo experimenta que alguien ajeno habla sus palabras o piensa sus pensamientos. Y en la catatonía desaparece el sujeto que activa la conducta dirigida a fines propositivos.
Alienación de el “Yo mismo”
- En el “humor angustioso” el propio Yo pierde su condición esencial de ser una apertura al mundo, desde la propia identidad. El sujeto está cerrado y oprimido por la amenaza de pérdida de su propia identidad. De morirse, de perder la propia conciencia, o de volverse loco, de perder el propio control de la conducta, de no ser yo mismo.
- En el “obsesivo” es el Yo estimativo, el Yo mismo axiológico el que está alienado. La persona carece de autonomía, está atrapada por el “deber ser” de la heteronomía absoluta, que lo instala en la eterna deuda culposa, del deber nunca cumplido de forma absoluta, en un mundo contaminado moralmente.
Hasta aquí estos pocos ejemplos, brevemente esbozados, de desapropiaciones o alienaciones personales, que muestran la pérdida de la propiedad de lo personal. Lo que nunca se pierde en la psicopatología es la condición de afectarme lo que me sucede. Esa condición vivencial de sucederme a mí y de hacerme sufrir a mí no se pierde nunca, salvo en la “neuropatología”. Incluso el psicótico delirante dice “me roban los pensamientos”. Se los roban a él. Si no permaneciese la vivencia de la propia mismidad afectada, de la propia identidad vivencial pasiva, no habría verdaderamente alienación, ni habría sufrimiento, ya que no habría pérdida sentida de lo propio.
Para que haya enajenación tiene que haber alguien que sufra la pérdida de lo propio desde sí mismo. La enfermedad mental es un proceso de auto-enajenación.
Ahora bien, este proceso de autoalienación del sujeto personal, produce la aparición de lo personal como algo despersonalizado, ajeno al sujeto, como siendo un objeto que tuviese su propia estructura, más allá del propio sujeto, como si fuese una cosa real objetiva. Este es un proceso de cosificación o mejor de “reificación”, en el sentido de Berger y Luckmann, que transforma lo personal íntimo en algo impersonal externo, reificando o personificando un elemento personal desgajado del todo personal, al tiempo que la persona es desrealizada o despersonalizada, al menos parcialmente.
Estos productos alienados, reificados y objetivados por el propio paciente constituyen los síntomas objetivos del paciente, a los cuales él atribuye su sufrimiento. Pero también el psiquiatra, especialmente hoy, confunde los síntomas con la enfermedad en la actual psicopatología objetiva descriptiva, para la cuál sólo existe realmente lo objetivo, ignorando que el objeto es siempre fruto de un proceso diferenciador Sujeto-Objeto, realizado en la interacción organismo-medio.
Productos alienados: los síntomas
Señalo las objetivaciones sintomáticas en los ejemplos mencionados:
- En las fobias, la “dynamis” operativa de la inter-acción, aparece en poder del objeto como anima-adversión, como poder –amenazador– sobre el sujeto.
- En el caso de las fobias a situaciones, es el espacio de la circunstancia el que configura, amenazadoramente, la relación de la situación vital. Es el vértigo timopático de la agorafobia, en que el espacio público aparece desestructurado y desestructurante del mundo y de la corporalidad del sujeto. O es el caso del espacio atrapante fuera del espacio de vida, en el caso de la claustrofobia.
- En el depresivo es la “ordenalidad hipernómica” (Tellenbach y Kraus) que le impide al paciente disponer del mundo como “mundo de vida”, organizado desde las apetencias de la propia vida. El mundo es un “territorio de leyes y exigencias”, estructurado desde fuera de la vida: inorgánico, muerto, carente de posibilidades vitales. El depresivo sufre por su “no poder” hacer lo que “debería” hacer. Al no ser autor de su propio querer hacer, se convierte en autor del guión dictado por el “deber ser”.
- En la ansiedad se pierde el curso de la vida, que ya no lo configura el sujeto como tiempo propio para ir caminando hacia “sus” objetivos. Al ansioso lo a alcanzar se le aparece como “metas” de la vida, que “le darán su ser” cuando él llegue a ellas. Las metas son tiempo espacializado y el camino a ellas es vivido como pérdida de tiempo, estando las metas siempre más allá (metà), inalcanzables para “llegar a ser” el sujeto que “debe ser”, no el que ya es. De aquí la ansiedad temporal por alcanzar todo ya.
- En la hipocondría, el propio cuerpo no se percibe como instrumento para el disfrute y realización de la vida en el terreno del mundo. La intencionalidad retrocede reflexivamente desde el mundo hasta el cuerpo, que aparece objetivado como terreno de vida desnaturalizado, claro está.
- En la dismorfofobia la propia persona –la identidad– aparece como siendo una mera imagen objeto, de y para los otros.
Este último ejemplo nos introduce a los ejemplos de alienación del “yo”.
- En la angustia, el Yo no es un sujeto que abre activamente su espacio vital, el Yo está convertido en mero objeto impotente, por la amenaza de su desaparición.
- En el obsesivo, la persona no es un sujeto de libre pre-ferir, sino que aparece como mero objeto referido a exigencias y obligaciones externas absolutas.
- En el psicótico el Yo ha perdido su condición de ser sujeto formal de sus vivencias, está convertido en mero objeto, incluso gramatical, de sus actos y de sus acciones vivenciadas: “me piensan, me mueven”, o resulta movido reflejamente por los meros estímulos en la catatonía, como demostró Straus hace muchos años.
Los síntomas no definen la enfermedad mental y, lo que es más importante, no constituyen el proceso patológico. Los síntomas son sólo los datos que aparecen “objetivados” por el enfermo y para el enfermo, como producto de su proceso de vida desapropiante, despersonalizante y desrealizante. Aparecen como objetos, también para el semiólogo. En psiquiatría hay que remontar el proceso enajenante: se parte de los síntomas objetivos (semiotecnia de lo subjetivo objetualizado), para tratar de desvelar la psicopatología como proceso desestructurante de la persona y de su vida personal. Para ello es fundamental el método fenomenológico hermenéutico. Con ello se logra un “diagnóstico psicopatológico” sobre el cual se puede fundamentar solidamente el diagnóstico clínico y la investigación etiológica y terapéutica.
La llamada “psicopatología objetiva” es más bien objetivista, esto es, toma los síntomas como si fuesen “objetos naturales”. Esta situación histórica actual en que se encuentra el proceso epistemológico del diagnóstico psiquiátrico, se puede comprender si tomamos en cuenta la influencia del “neopositivismo” en el siglo XX, con su pretensión de eliminar todo lo subjetivo. Pretensión que la epistemología contemporánea considera imposible en todas las ciencias, cuánto más en las ciencias humanas.
Por otro lado, la alienación, por la fuerte impronta del marxismo, fue considerada en el Siglo XX preponderantemente como un proceso sociológico y no personal, como sostuvo rotundamente Foucault en su temprano libro sobre “Enfermedad mental y personalidad”. Concepto hoy totalmente superado. A esta desaparición contribuyó la inexistencia en la psicopatología y en la antropología del concepto antónimo al de alienación, la “apropiación”, como esencia del proceso personalizador de la vida.
El concepto de apropiación, va imponiéndose como característica central de la persona y de su vida. Así lo es expresamente para Lèvinas, para Gehlen, para Henry, para Habermas, para Jonas, para Zubiri y tantos más, dentro de la antropología filosófica y de la biológica, en acuerdo con el concepto de autopoiesis. En la misma sociología se va viendo con claridad que, si bien el individuo humano pertenece a la sociedad, evoluciona haciendo surgir por sí mismo un sujeto personal, un “yo mismo” emergente, autoconstituido como un centro autónomo, originante de su propia vida y de su propia conducta, con independencia de la estructura social. Es la tesis de un Anthony Giddens en Inglaterra, un Alain Touraine en Francia, o un Niklas Luhmann en Alemania.