La plena libertad humana es fruto reciente de la evolución y de la maduración personal. La evolución transforma el organismo en alguien real, y los estímulos del nicho ecológico en cosas reales, construyendo el Mundo humano cultural, que libera al hombre de la prisión de la naturaleza. Luego, la maduración cultural y social del niño, lo transforma de individuo social en ser personal, con uso crítico de la libertad de criterios, construyendo su realización personal. La falta de maduración personal y de uso de la propia libertad constituye una despersonalización, la esencia de la psicopatología.
Publicado
En Pensar y Educar, Anuario del Instituto Superior de Filosofía San Juan Bosco, Burgos, España (2011, Nº4, 89-111)
La enfermedad psíquica ha sido vista por numerosos psiquiatras, a partir del inicio del siglo XX, como un trastorno de la libertad. Es cierto que esta visión no corresponde a todas las escuelas psiquiátricas, sino especialmente a la llamada “antropológica” o “fenomenológico-antropológica”. La visión puramente biologicista ─encarnada hoy en la psiquiatría oficial, derivada del neo-positivismo del llamado “Círculo de Viena”─ no sólo no lo considera así, sino que, de hecho, niega la libertad humana. ¡Mal podría haber un trastorno de lo inexistente! Claro que el neo-positivismo ya no está vigente, ni siquiera en las ciencias de la naturaleza. ¡Cuánto menos debería en las antropológicas!
Por otro lado, es una obviedad palmaria que toda enfermedad ─también las somáticas─ producen una limitación de la libertad del paciente para realizar su vida habitual, ya sea porque el dolor le impide la realización de algunas acciones, ya sea que la pérdida de algunas funciones normales de su organismo le impida realizar sin problemas las acciones habituales de su vida. En realidad, la demanda de ayuda médica por parte de los enfermos está fundada en estas dos vicisitudes: la eliminación (o prevención) del dolor somático, o la eliminación del sufrimiento psíquico, provocado por la limitación o pérdida de la libertad de realizar la propia vida.
El sufrimiento psíquico se funda en la irrealización de nuestra propia vida, o en la vivencia de amenaza a ella. ¡De hecho la “angustia” ─el síntoma más frecuente y ubicuo de la patología psíquica─ es la vivencia de amenaza al “sí mismo”, al ser que propiamente somos, o la amenaza de perder nuestra propia vida! Del mismo modo, la “ansiedad” es la amenaza de no llegar a ser nosotros mismos. Y una “fobia” ─la estructura psicopatológica más frecuente─ más allá del sufrimiento momentáneo del temor-angustioso frente al objeto o situación que la causa, siempre produce una imposibilidad de disponer LIBREMENTE de ese objeto o situación, como recurso para realizar la propia vida. De hecho, la gravedad de una fobia no reside en la intensidad del pánico sentido en la situación fóbica, sino en la mayor o menor importancia que el objeto o situación fóbica detentan como recursos para realizar la propia vida, y a los cuales la fobia impide recurrir. Una “claustro-fobia” a los ascensores no tiene por qué provocar sufrimiento en un campesino, pero el daño que la misma fobia causa a la vida de un ministro del gobierno puede ser inmenso. La “agorafobia” ─la fobia a los espacios públicos─ tiende a ser severa, pues la limitación del uso del espacio público para realizar la vida, incide como una limitación muy extendida de la vida cotidiana.
Estas breves consideraciones me llevan a decir que, si bien la enfermedad puede ser considerada como una perturbación anatómica o funcional del organismo, o una perturbación de una función psíquica, el “estado de enfermedad”, el «estar enfermo», es un modo sufriente de estar viviendo una persona, por alguna limitación significativa de su libertad para realizar su vida personal.
Pero con esto no está dicho en qué consiste la LIBERTAD humana, cómo se llega a su sano ejercicio, y cómo se puede perder en la patología psíquica. De aquí que primero abordaré el tema de la libertad, su consistencia y el papel que juega en la vida humana. En segundo lugar abordaré el tema de la maduración del ser humano como proceso de acceder y de constituir su libertad. Y en tercer lugar trataré de exponer cómo el no ejercicio de la libertad personal constituye el orto de la enfermedad psíquica.
LA LIBERTAD HUMANA
La libertad en el ser humano no es meramente una condición épica y egregia, que nos distingue del resto de los seres terráqueos. ¡La libertad es una dimensión constitutiva de nuestro modo de ser, al tiempo que la máxima aspiración de nuestra existencia! En su forma básica, es constitutiva desde la primera especie del género “homo” que apareció en nuestro planeta hace 2,5 millones de años. Hablo del “homo hábilis”, así designado por su habilidad para trans-formar la naturaleza en cultura. La frontera paleontológica para determinar que unos restos anatómicos pertenecen al género “homo”, se establece por su asociación con la fabricación de “instrumentos amovibles”. Los primeros constituyeron la “industria lítica”. No existe una frontera nítida entre los homínidos y los prehomínidos por criterios anatómicos, por ejemplo por el tamaño de la cavidad craneal y por lo tanto del tamaño cerebral. Hace diez años se descubrieron los restos del llamado “hombre de Flores” ─en la isla de Flores, de Indonesia─ cuyo cerebro no era mayor que el de un chimpancé, pero que tenía una industria instrumental bastante desarrollada. En cambio, el hombre de “Neandertal”, que convivió con nosotros, los “sapiens”, hasta hace 28.000 años, tenía un cerebro notablemente más grande que el nuestro, pero su cultura era inferior a la nuestra.
Esta capacidad humana para trans-formar lo natural, creándonos un “exocuerpo” instrumental de utensilios, fue decisivo para la conservación de nuestro género, dada la relativa baja dotación natural de nuestro organismo y dada nuestra “neotenia” o inmadurez biológica, que exige una larga y compleja maduración en una infancia prolongadísima (12 años), y una adolescencia hasta los 20-25 años. Sin los instrumentos de piedra, y luego de hueso, sin el poder del fuego para transformar la comida, defendernos de los grandes depredadores y crear armas (arco y flechas) para nuestra defensa y para cazar, sin la fabricación de ropa de abrigo y de abrigos donde guarecernos de las inclemencias atmosféricas, no hubiéramos sobrevivido. Recuérdense los largos períodos de glaciación. Este proceso es denominado hoy “exosomatosis”.
Es la apropiación del poder de la realidad entorno lo que nos ha ido dando una progresiva “mayor independencia respecto del medio y un mayor dominio” sobre él.[1] Independencia frente al medio y dominio sobre él, son los dos criterios actuales para medir el grado de evolución de las especies, desde que los estableció Julian Huxley*. La nuestra es la única que ha convertido toda la biosfera, desde el ecuador a los polos, y desde la profundidad del mar hasta el aire, en nuestro “nicho ecológico”, nuestro ámbito de vida. Pero eso ha sido posible por la creación de la “cultura”, que transforma nuestro nicho ecológico en “Mundo” y nuestro organismo biológico en “Persona”. En palabras del antropólogo Gehlen* (1974, p 42): «La esencia de la naturaleza transformada por él (el hombre) en algo útil para la vida se llama cultura».
Es cierto que ya la vida meramente biológica se sustenta en la incorporación o asimilación de materia y energía al organismo. Materia y energía con la cual los organismos están continuamente construyéndose. Es el hoy llamado proceso “autopoiético” de la vida. (ver Varela* o Jonas*). Pero en los animales este es un proceso natural de incorporación de lo otro a lo uno como mero organismo, es la apropiación de lo externo in-corporándolo al intracuerpo. Esta es la conducta de supervivencia. Los animales no transforman el medio natural en mundo cultural y su conducta está totalmente determinada por sus estructuras corporales y por el sistema comportamental de su especie. ¡Carecen totalmente de libertad de respuesta, tanto respecto a lo que perciben en el medio, cuanto respecto a sus apetencias! ¡Los animales perciben sólo estímulos de respuestas pre-determinadas! Un estímulo alimenticio sólo incide en el animal si este tiene hambre, sino no tiene presencia de ningún tipo para el animal, pero si el estímulo incide en el animal este es movido, sin libertad, a comer. Con las palabras de Scheler* (1928, p 60): «el animal no puede llevar a cabo ese peculiar alejamiento y sustantivación que convierte un “medio en mundo”».
En los seres humanos esto no es así. El ser humano tiene distancia frente a los estímulos. Puede no comer alimentos apetecibles para él, cuanto comer sin hambre. Y esto sucede porque la presencia de lo otro para él, y de él para sí mismo, detenta el carácter de ser realidades, de ser entidades “de suyo”, con una consistencia y persistencia propias, que hacen presente “algo real” frente a “alguien real”. Es este carácter de la presencia de todo para el hombre como siendo unidades con estructura propia, distinguibles entre sí y de la situación pragmática (identificables), al tiempo que distinguidas de sí mismo, lo que permite a éste reconocerlas y nominarlas. Es la condición ontológica de la aparición del lenguaje, como sabemos desde los estudios de Psicología Genética de Piaget* de los años 30 del siglo pasado.
Esta distinción de la realidad de sí mismo respecto de la realidad de lo otro, constituye la distancia primordial, que opera posibilitando la independencia humana en su comportamiento frente a lo otro e incluso frente a sí mismo. Sobre esta independencia primordial se desarrollará la libertad de la propia respuesta comportamental de cada ser humano y con ello la responsabilidad de dichas respuestas propias, que serán apropiadas o inapropiadas, adecuadas o inadecuadas, justas o injustas, ya que al implicar la libertad de elección, no están determinadas, ni desde el entorno, ni desde los condicionantes biológicos. Hoy sabemos que el correlato cerebral de esta distancia reside en la corteza prefrontal, la última estructura cerebral en aparecer evolutivamente. Si se lesiona esta región cerebral se pierde esta capacidad de distanciamiento frente a los estímulos, que entonces pasan a determinar la conducta, eliminando la libertad (“Síndrome pre-frontal”). Pero que la condición de posibilidad de la libertad dependa de funciones cerebrales, de ningún modo indica que ella misma sea una propiedad fisiológica. La libertad es una nueva dimensión del comportamiento humano, que emerge de sus condiciones biológicas como una estructura epigenética, que se ejerce por encima de sus condicionantes.
El fundamento de la vida estrictamente antrópica, es la distancia respecto a lo natural, a la naturaleza, que posibilita tanto la independencia (relativa) respecto a la naturaleza, cuanto permite el encuentro (relacional) con la realidad, el nicho ecológico transformado en mundo cultural. «El animal forma uno con la naturaleza. El hombre forma dos», como dijo Verçons. (en Ferry y Vincent*, 2000, p 35) La distancia es funcional (sensorial), el encuentro es cognitivo o, mejor expresado, inteligente. ¡Tan sólo el hombre se pregunta por el ser de las cosas! Y esto es posible porque lo presente al hombre detenta el carácter de SER, de ser cada cosa realmente algo por sí misma, previamente al encuentro con el hombre. Expresado con la claridad de Merleau-Ponty* (1969, p 181): «La percepción, que es acontecimiento, abre a una cosa percibida que se le presenta como anterior a ella, como verdadera antes que ella.»
Este encuentro inteligente entre la cosa real y el propio ser humano, le permite a este inteligir no sólo qué pueda ser la cosa misma, sino también inteligir las distintas posibilidades que la realidad le ofrece para realizar su propia conducta y su propia vida, esto es, realizarse a sí mismo. Así como el animal no puede vivir sin la incorporación de materia y energía de su nicho, “el hombre no puede realizarse a sí mismo, como persona, si no es apropiándose de posibilidades de la realidad del mundo y apropiándose de sus propias posibilidades reales”. Pero esta doble apropiación no es algo dado, es algo conquistado, conseguido por la humanidad en un proceso evolutivo histórico, y por cada persona en un proceso madurativo biográfico. La incorporación de cultura a su propia naturaleza constituye una segunda naturaleza del ser humano, la denominada “nurtura”. Xavier Zubiri* ha centrado su visión filosófica del hombre en este tema de la apropiación. Así nos dice (1986, ps. 181-2): que la cultura integrada como «nueva cualidad, por apropiación, queda incorporada al sistema de cualidades que antes ya poseía (naturalmente). Naturalización es entonces incorporación.»
El ejercicio de la libertad humana, esto es, el ejercer su propia capacidad de ser un sujeto activo frente a la realidad, con capacidad de elegir comportamentalmente distintas posibilidades propias y de lo real del mundo, constituye el proceso por el cual uno mismo se realiza (o se desrealiza), al tiempo que realiza (o desrealiza) al mundo mismo. De aquí la enorme responsabilidad del ser humano respecto a su propia transformación real y respecto de la transformación del mundo. La capacidad técnica de transformación de la realidad del planeta es hoy enorme, que entraña una enorme responsabilidad humana en su comportamiento, ya que este es fruto de decisiones libres, y no de determinismos biológicos o circunstanciales. «El hombre da sus respuestas (…) haciéndose cargo de la realidad, y de lo que a él realmente le va a acontecer», dicho nuevamente con palabras de Zubiri* (1989, p 206).
MADURACIÓN HUMANA: HACIA LA PERSONA LIBRE
Como es evidente, desde las condiciones de posibilidad de la libertad, obtenidas por la evolución biológica, hasta el ejercicio ético de la responsabilidad respecto de sí mismo y respecto del otro y de lo otro, conseguido por la evolución histórico-cultural, media una inmensa distancia procesal. Este proceso transformativo ha sido fruto de la maduración humana, la cuál ha consistido básicamente en la maduración del propio sujeto y de su relación con la realidad, asumiéndose progresivamente a sí mismo y a la propia realidad. Y madurando progresivamente su captación sobre ella, y elaborando con ella el consiguiente comportamiento, progresivamente más maduro, esto es, más independiente y más responsable. Históricamente esto fue originando distintas “cosmo-visiones”, distintas concepciones del mundo y de la vida. Estas concepciones, a su vez, han encarnado históricamente en las sucesivas estructuras institucionales del mundo cultural, y en las distintas mentalidades del ser humano. Así constatamos, por ejemplo, la vigencia de la mentalidad mágico-animista como la primera de la cual tenemos constancia por los registros simbólicos prehistóricos. Luego aparecería la mentalidad mítico-dogmática, para luego dar paso a la mentalidad lógico-crítica (llamada “racional”, a partir de Roma), que daría origen en Grecia al conocimiento filosófico y al epistemológico, del cual deriva nuestra ciencia.
Esta secuencia, si bien es progresiva, no es lineal. Las tres mentalidades señaladas, que implican concepciones tremendamente distintas de lo que sea la realidad, conviven en alguna medida en el hombre contemporáneo. Y con ello no me refiero sólo a que conviven entre las distintas culturas actualmente coexistentes en la geografía política planetaria. Las tres mentalidades conviven también dentro de nuestra propia cultura occidental y, en alguna medida, dentro de cada uno de nosotros. Esta convivencia entre las distintas mentalidades y concepciones del mundo y de la vida a veces es suficientemente armónica para no ser destructiva, e incluso llegar a ser constructiva. Pero no lo es frecuentemente, originando conflictos entre culturas diferentes, entre el individuo y la sociedad, e incluso originando conflictos intra-individuales. Parte de estos últimos se constituyen en conflictos psicopatológicos, de lo cual hablaré en el tercer acápite de este artículo.
Que la maduración de las sociedades y de sus mentalidades dominantes tiene que ver con el ejercicio de la libertad, es algo obvio. Basta constatar el escaso grado de libertad existente en las sociedades dogmático-tradicionalistas actuales, como la de la India, especialmente para sus clases o “castas” socialmente más bajas. Y esto conviviendo con un desarrollo tecno-científico de alto grado en algunos sectores. La separación del espacio privado del espacio público, del espacio íntimo de ejercicio de la libertad personal, fuera del control del espacio social y su institución estatal, fue una conquista socio-política de la Modernidad. El ejercicio de la libertad personal dentro de las sociedades está tremendamente condicionado ─y a veces determinado─ por la mentalidad de estas y por las instituciones en que dicha mentalidad ha cristalizado. Pero el “imaginario colectivo”[2] que constituye a cada sociedad, también determina el modo de entender y concebir la realidad y la vida de cada uno de sus miembros, al menos inicialmente, en la infancia. Con lo cual el sistema social se retroalimenta con cada individuo, salvo cuando la maduración personal de ellos les permite a estos liberarse de los determinismos culturales de sus circunstancias de origen, y ejercer sus libertades críticas de explorar las distintas posibilidades que la realidad ofrece y exige, para sus propias vidas y para la vida de sus prójimos y congéneres.
El tema de la conquista del ejercicio de la libertad en el seno de las sociedades ─tan dramáticamente actual─, enormemente complejo y farragoso hasta hoy, dependiente de la maduración humana general y de la particular maduración de cada sociedad, tiene una relación íntima con la educación, como todos sabemos. Pero este no es el tema de este trabajo. Ni lo podría ser dada su complejidad y trans-disciplinariedad, que sobrepasa con mucho mis capacidades. Pero sí es nuestro tema la visión de conquista individual de la libertad, la libertad de ser uno mismo el que es, y ejercer como tal, como un sujeto personal, liberado de los determinantes sociales que lo construyeron como individuo (social) y libre para escoger posibilidades de la realidad, desde la realidad. Este es el tránsito madurativo que lleva a un individuo, perteneciente a una sociedad determinada y determinante, a constituirse en persona que se pertenece a sí misma. Este proceso de independización respecto de la sociedad, que lleva a un ser humano desde su condición de mero individuo-social a la condición de plenitud personal, es tema central de los mejores sociólogos de las últimas 3 o 4 décadas. Valga como ejemplo la frase del famoso sociólogo francés Alain Touraine* (2002, p 255): «El sujeto (personal) está frente a la sociedad, no en ella.»
Y es el tema de la “personalización” en la obra de Zubiri. Como ya señalé, este es un proceso de auto-apropiación para este pensador. «El ser realidad en propiedad, he ahí el primer modo de respuesta a la cuestión de en qué consiste ser persona.» (X. Zubiri*, 1986 p 111 y ss; 1989 p 192 y ss, y 206 y ss) Este concepto de auto-apropiación es hoy patrón general de sociólogos, antropólogos y filósofos para entender el proceso de llegar a ser persona y, por lo tanto, libre.
Cito escuetamente: para Gehlen* (1974 p 192-3) las dos tareas fundamentales del hombre son «apropiarse del mundo (…y) apropiarse de sí mismo.» Para Jonas* (1994 p 146) «la transmisión y la apropiación (…), se convierten en el principio universal de la identidad.» Para Habermas* (1988 p 216), quien diferencia «el “sí mismo” (…) del yo que actúa espontáneamente», este «“sí mismo” tiene que recogerse de la facticidad (…) y convertirla en él mismo. Ello sólo es posible si el individuo se apropia críticamente su propia biografía.» Veremos ahora, de un modo esquemático, cuál es el proceso madurativo de un individuo humano actual, por el cual él mismo se convierte en una persona de pleno ejercicio.
Maduración personalizante: desde el niño a la persona adulta.
El nacimiento de un bebé humano es siempre prematuro comparado con el resto de las especies. Nacemos totalmente desvalidos y así permanecemos mucho tiempo. La propia maduración biológica en nuestra especie es prolongadísima. La infancia humana (hasta los 13 años al menos) abarca 1/6 de nuestra vida media. A esa edad ni siquiera nuestro organismo está plenamente maduro anatómica y fisiológicamente. ¡Cuanto menor es la madurez comportamental alcanzada en ese momento, inicio del período adolescencial, sólo al final del cuál es posible haber conseguido una suficiente madurez personal! En realidad, la adolescencia no termina nunca antes de los 25 años.
1º Hominización comportamental: (1ª a 4ª etapas piagetanas[3])
El bebé humano nace siendo ser humano, qué duda cabe, pero su modo de existir, su comportamiento, no es inicialmente plenamente antrópico. Esto es semejante a otras especies. Un pájaro es un ave voladora, pero los pichones no logran volar durante unas cuantas semanas de crecimiento, emplume y ejercicios preparatorios para el vuelo. En su primer año de vida (0 a 10-12 meses) el bebé, en y con su interrelación pragmática (sensorio-motriz) va construyendo la permanencia del objeto pragmático como un mismo objeto intersensorial (el “sentido común” aristotélico), diferenciado de su propio movimiento, y distinguido de otros objetos (otras formas diferentes) que, no obstante, en este año no permanecen identificables más allá del espacio “topológico” de la acción en curso. Es el período de la construcción formal de la consistencia persistente de las estructuras, “dentro de la acción”. Las estructuras, tanto de la propia operatividad, cuanto las estructuras de las cosas operadas. Lo que podemos llamar ─desde el punto de vista adulto─ la construcción del objeto y del sujeto pragmático. El niño siente lo otro en la acción y se siente a sí dentro de la acción. El niño siente su mismidad como un oscuro ME pasivo a quien le suceden los hechos que vive.
2º Manifestación antrópica: formas reales “de suyo” (5ª etapa piagetana)
De los 12 a los 18 meses el niño pasa del puro fenomenismo en acción a la percepción de las estructuras de relaciones. Aparecen las formas explicitadas, las diferencias construidas aparecen distinguidas. «Es el pasaje del a priori funcional al a posteriori estructural», en palabras de Piaget* (1937, p 192) Es el paso de la formalización de la sensibilidad y motricidad del comportamiento biológico a la aparición epigenética de la inteligencia humana. Las cosas y el propio niño adquieren permanencia más allá de la acción presente y más allá de la situación pragmática. Aparecen como siendo una mismidad propia, con características diferenciales en sus interrelaciones, dentro de un espacio abarcativo universal. Esto implica la presencia identificada de cada cosa con su propio significado operacional en las interrelaciones. Se constituye un mundo, una ontología de significados explícitos. Estas existencias de entes “de suyo”, siendo algo, permiten su identificación permanente y su denominación. ¡Aparece la palabra! Es el momento de hominización explícita. El propio niño se percibe como una mismidad posesiva de lo propio. No sólo aparece el “me” explícito como primer uso del pronombre personal, sino que aparece el adjetivo posesivo “mio” y el pronombre personal MÍ, usado en forma indirecta como auto-denominación.
3º Lo simbólico: la imaginación y lo mental (6ª etapa piagetana)
Entre los 18 y 24 meses, la aparición explícita de los significados de las cosas (en la palabra, por ejemplo) hará posible mentar y co-mentar dichas realidades sin su presencia fáctica. Las cosas pueden ahora estar presentes “en” su pura dimensión significante, esto es, en su dimensión simbólica. En la relación del niño con el mundo aparece el ámbito mental, donde las cosas pueden ser re-presentadas, esto es, estar presentes imaginariamente, presentes sólo “en” una de sus dimensiones abstractas, sea su imagen fisiognómica, sea su nombre, sea su concepto. ¡Ha aparecido en el com-portamiento del niño la “imaginación desfuncionalizada”, la fantasía creadora! Y con ella, el niño se instala rápidamente en el lenguaje y en el pensamiento, por rudimentario que este sea al principio. El comportamiento es ya plenamente humano, aunque, claro está, no plenamente maduro.
4º Maduración bio-psico-social
A partir de los 2 años y hasta los 12 (1ª y2ª infancias), el niño va madurando en sus tres dimensiones de individuo: 1º su organismo humano (no sólo su cerebro) va desarrollando habilidades e incorporando capacidades; 2º su ámbito psíquico (incluyendo su mentalidad) desarrolla su entendimiento e incorpora conocimientos; 3º su dimensión como ser social, que incorpora códigos de convivencia y desarrolla habilidades sociales. Durante este largo período de un decenio, la maduración del niño y de su comportamiento es totalmente dependiente de los dos polos de su relación vital. Por un lado depende de la maduración anatómica y fisiológica de su cuerpo, por otro lado depende de las estructuras socio-culturales de inclusión en donde se desarrolla. Pero esta total dependencia fisiológica y cultural del comportamiento del niño, no excluye que su maduración vaya constituyendo nuevos niveles de libertad operativa, aún cuando esta sea una libertad condicional. De hecho, la propia identidad vivida por el niño, que en las fases anteriores había aparecido, primero como un ME pasivo, y luego como un MI propietario, aparece ahora como un YO activo, como sujeto productor no sólo de acciones, sino también de intenciones (yo quiero). Este uso recto del pronombre personal de 1ª persona, aparece cerca de los 3 años.
La nueva dimensión de lo simbólico y del lenguaje, consolida ─como «principio de individuación» (Gusdorf*, 1957, p 67)─ al objeto y al sujeto, y le permite al niño constituir una nueva distancia con las realidades, tanto una distancia de separación, cuanto una distancia de encuentro. La palabra “NO”, aleja lo indeseable, la palabra QUIERO o DAME acercan lo deseado. La palabra genera una distancia física, y esto implica mayor independencia. Pero a su vez, la palabra ─que hace presente la cosa mentalmente─ no es diferenciada claramente por el niño de la cosa misma. Y esto le pasa durante varios años, a veces ─dependiendo de la madurez alcanzada─ dura toda la vida en ciertos ámbitos. Es el caso de las prácticas de magia y de las supersticiones, por ejemplo. También lo veremos en la psicopatología.
En todo caso, las estructuras simbólicas del medio social habitual donde se desarrolla el niño, ejercen un poder configurador inicialmente determinante, no sólo de la lengua y el lenguaje que adquiere el niño, sino también sobre su concepción de la realidad y de la vida. Esto ya va implícito, en alguna medida, en cada una de las lenguas humanas, que implican distintas percepciones del mundo. Más importante que ello es la incidencia en la configuración de la mentalidad habitual del niño y su correspondiente cosmovisión. (Ver Harry Pross*, 1983, Cap. II) En esto la sociedad parental, la familia de origen, es fundamental.
Sea una u otra la incidencia cultural del entorno social en el niño, este desarrolla una serie progrediente de su mentalidad, dependiendo de la progresión madurativa de su cerebro. Esa serie repite aproximadamente la secuencia ya mencionada de aparición de las distintas mentalidades, en lo que podemos llamar infancia de la humanidad.
En la primera infancia la mentalidad tipo del niño es la “mágico-animista”. Para el niño pequeño todo es fruto de intenciones anímicas. Y sus padres son “dioses” que crean la realidad con su palabra. Además todo está animado de intenciones, sean entes vivientes o meramente cosas inanimadas. Coherente con ello, el niño percibe fundamentalmente las figuras expresivas de las cosas y situaciones, las fisonomías que expresan actitudes intencionales: amor, ira, beneplácito, disgusto, acogimiento, repulsión, etc. Dependiendo de la actitud del entorno inmediato, esto tenderá a forjar el temple y el ánimo básico del niño, al tiempo que la imagen fundamental de su mundo. Así, en un mundo enseñado como básicamente peligroso y temible, se desarrollará un niño medroso, inseguro, temeroso y apocado.
En la segunda infancia la mentalidad tipo del niño es la “mítico-dogmática”. Para el niño entre 7 y 12 años, lo que le enseñan las autoridades ─tanto en la escuela cuanto en su casa, pero especialmente sus padres─ son verdades absolutas, universales, eternas e inamovibles; y las jerarquías de sus instituciones son verdaderos “héroes míticos”, creadores de su mundo. Héroes con quienes él se identifica, especialmente con el progenitor del mismo sexo (hijo/padre; hija/madre) a quien admira míticamente, con quien se compara, y a quien quiere emular, llegar a ser como él, para ser alguien.
5º La adolescencia: paso de la infancia individual a la vida personal
Esta importantísima y farragosa etapa de la vida humana, fundamental para llegar a ser plenamente persona, y fundante del ejercicio de la libertad personal, es esencialmente una “crisis existencial”, una crisis biográfica, en la cual el proceso madurativo es nuclearmente de transformación histórica de sí mismo y del modo de vivir. La infancia entera, desde el punto de vista de los criterios que organizan la vida es “heterónoma”, los criterios (nomos), que la constituyen, son ajenos (hetero) al propio niño. La adolescencia consiste en pasar de la heteronomía a la “autonomía”. Es el desarrollo de los criterios propios, personales, diferenciados de los sociales, que han operado en la infancia como dogmas incuestionables.
Este paso sólo es posible darlo una vez madurado el cerebro para realizar las llamadas “operaciones dobles abstractas reversibles”. Estas permiten al sujeto humano salirse del sistema creencial social desde el cuál se ha desarrollado su visión de la realidad y de sí mismo, y poder evaluar, desde la misma realidad, el sistema creencial entero. Esta operación es semejante a una crisis científica, que cuestiona el “paradigma” desde el cuál se percibía hasta entonces el campo de realidad de esa ciencia. (Ver Thomas Kuhn*, 1997) A partir del momento en que se inicia la adolescencia, el jovencito va construyendo su propio paradigma general de la realidad, y lo hará, si realiza plenamente esta crisis global y tormentosa, a partir de su propia experiencia en todos los campos de la realidad operativa de su vida. Así irá constituyendo su visión personal de la realidad y de la vida, irá construyendo su “mundo personal” y su “propia personalidad”, sin los cuales no es posible realizar una vida personal.
Esta es la etapa crucial de maduración personal y de conquista de la libertad. Y si bien la construcción de un modo personal de vida es lo importante en el orden de la auto-realización, lo fundamental ─de esta etapa─ es la constitución del sí mismo personal, la creación del “yo mismo”. Este yo mismo ya no es meramente el sujeto activo, ejecutante de una acción; el yo mismo es el sujeto personal que realiza la acción desde los criterios propios, constituyendo el sentido (personal) de la acción. Desde el “Yo”, como mero sujeto ejecutivo de la acción, surge ─por auto-apropiación─ el Sujeto Personal, el “Yo Axiológico”, el sujeto ético, libre de elegir y “dar” valor y sentido a la realidad y a las acciones. Esto es lo que expresa esa frase, ya citada, de Habermas, uno de los más grandes pensadores contemporáneos de la ética. Este autor, que diferencia claramente «el “sí mismo” (…) del yo que actúa espontáneamente», sostiene firmemente que, para auto-constituirse, este «“sí mismo” tiene que recogerse de la facticidad (…) y convertirla en él mismo. Ello sólo es posible si el individuo se apropia críticamente su propia biografía.» En caso contrario se des-personaliza.
Antes de la adolescencia siempre hay en el niño una moral, determinada desde la vigente en su sociedad (“more” = costumbre, hábito), la inculcada por los padres y el grupo social de pertenencia. Pero ni hay, ni puede haber una auténtica ética, ya que esta surge desde una postura crítica y no dogmática. Veremos que es en la adolescencia cuando aparecen algunas de las psicopatologías más despersonalizantes (como la “neurosis obsesiva” y la “anorexia nervosa”). Pero en esta etapa son también frecuentes algunos fenómenos normales de desrealización y despersonalización. Es frecuente que el adolescente se extrañe de su propia realidad (su rostro en el espejo, por ej.) o que perciba algunas realidades habituales como extrañas o no familiares. Esto es normal, dada su actitud de construcción de un nuevo mundo y una nueva forma de ser. Es típico del adolescente temprano, el desmañamiento en su motricidad, en sus movimientos, que pierden la gracia infantil que era habitual en él. Es que el adolescente tiene que apropiarse de nuevo, y de otro modo, de su propio cuerpo, de su propia conducta y de su propio espacio. Esta crisis adolescencial es una “crisis de identidad y proyección”.
Más adelante, en la propia biografía, suelen presentarse otras “crisis existenciales”, que pueden cuestionar la propia vida personal y el propio ejercicio de la libertad, con la posibilidad de desencadenar también cuadros psicopatológicos. Estas suelen ser: la “crisis de implantación” en el mundo adulto (entre los 25 y 30 años), la “crisis de constatación” del propio terreno personal en la vida (es frecuente alrededor de los 45 años), y la “crisis de evaluación” de la propia existencia (alrededor de los 60-65, antes o en el momento de la jubilación). Por último, son frecuentes las “crisis de la vejez” (70-75 años) cuando se hacen presentes las primeras limitaciones claras por la edad, y estas no son asumidas por la persona. Todas estas situaciones son complejas e intervienen en ellas numerosas variables. Por ejemplo, no es lo mismo volverse viejo en una sociedad que respeta y admira a los mayores, que en otra, como la nuestra, que desprecia y margina a los mayores.
No es el tema, ni es posible, tratar aquí de todo ello. Pero sí tratar breve, aunque nuclearmente, el tema de la “enfermedad psíquica” como trastorno de la personalización y alteración de la libertad.
SALUD Y ENFERMEDAD PSÍQUICA: LA LIBERTAD PERSONAL
«No se es libre de no ser libre cuando se es libre.» Este apotegma de S. Lupasco* (1968, p 165) merece encabezar este acápite, ya que encierra, a tenor de mi juicio y de mi experiencia, la esencia del problema de la salud y de la enfermedad psíquica.
El ser humano contemporáneo adulto ES libre. Y si deja de ser libre deja de ser lo que es, un sujeto personal activo, que constituye su comportamiento desde sus propios criterios personales, se despersonaliza. Si además de libre es realmente libre, será sensato y construirá su com-portamiento, co-estructurará su conducta desde la realidad que él es (y puede ser) y desde la realidad verdadera “en donde y con” la que verdaderamente puede realizar su conducta y su vida, realizarse. Si su conducta es insensata, desrealizará su mundo, su vida y a sí mismo. Un buen ejemplo de esto son las “drogadicciones”, tan frecuentes hoy en día.
¡La vida saludable consiste en la suficiente personalización de sí mismo y de la propia vida, es decir, consiste en la realización personal, que necesariamente co-implica la realización (trascendente) de la realidad con la que se convive! «El “ser” personal se constituye propiamente en el encuentro del hombre con lo trascendente», nos dice Víktor Freiherr von Gebsattel* (1966, p 425) hablándonos de la dimensión existencial de toda neurosis. ¡¡La patología psíquica implica siempre una despersonalización y una desrealización del mundo de vida!! El filósofo H. G. Gadamer* ─padre de la actual hermenéutica─ en su magnífico librito El estado oculto de la salud (1996, p 70) lo expresa claramente: «La enfermedad ─en tanto pérdida (…) de libertad (…)─ significa siempre una especie de exclusión de la vida.»
Como quedó dicho en la Presentación, la enfermedad psíquica ha sido vista por algunos de los mejores psiquiatras del Siglo XX como una patología de la libertad. Entendiendo que la libertad es la libertad de apropiación de sí mismo, de lo propio y de lo adecuadamente apropiable. De aquí que Gadamer añada en su libro citado (p 115) que «nosotros experimentamos la salud (…) como lo mesuradamente apropiado.» Esto es consonante con el hecho de que sea la apropiada apropiación lo que nos va personalizando. Por ello, la “despersonalización” / “desrealización” que constituye uno de los síndromes nucleares de la psicopatología, lleva a preguntarse a uno de los psiquiatras más profundos que ha existido, el mencionado Freiherr von Gebsattel (ob cit, p 429): «¿La independización de los sistemas funcionales biológicos y psíquicos frente al todo personal no entraña, en su llegar a ser apersonal, un trastorno? ¿Quizá el trastorno fundamental de la neurosis?» Coherente con esa postura, Gebsattel manifiesta como «El deber de la terapia (...) poner en marcha la apropiación (...) poner en marcha el interrumpido proceso de la realización del sí mismo.» (ob cit, p 425)
Reactualicemos lo apuntado en el segundo acápite sobre Maduración. Esta consiste en la evolución progresiva de la constitución epigenética del ser humano como sujeto activo, que se auto-constituye en un Yo-mismo personal; alguien que, desde su libertad crítica se apropia de sí mismo, y de su propio sistema de vida. La vida es autoconstructiva, autopoiética, y la vida personal es auto-apropiativa. La patología es ex-propiativa y la patología psíquica es des-apropiativa.[4]
En el caso somático, esto se traduce en la alienación de una parte del organismo respecto de su mismidad como sistema autoconstructivo. En el caso psíquico se traduce en la auto-alienación de la propiedad de lo vivido y vivenciado por el sujeto, o en la alienación del propio sujeto. De nuevo Gadamer, acorde con ello, señala con gran precisión que: «La enfermedad se autoobjetiva, la salud no.» (ob cit, p 122-3)
Veamos esto sumariamente en las distintas estructuras psicopatológicas:
En las psicosis, aparece la alienación más profunda, la alienación formal de la realidad, tanto de la externa cuanto de la realidad del sujeto. En la “esquizofrenia”, la psicosis por excelencia, la verdadera locura, la persona manifiesta que “le roban los pensamientos”, o que “alguien piensa por él”, o que “escucha voces dentro de su cabeza”, sus propios pensamientos aparecen con carácter de ser objetos del mundo exterior, algo objetivo y no subjetivo. Esta objetivación formal de lo subjetivo también puede sucederle en otros campos de su sensorialidad, originando distintas “alucinaciones”. Así mismo, puede experimentar que su cuerpo está invadido por alguien extraño, que opera su cuerpo desde dentro, en contra de su deseo y voluntad. En esta psicosis, la realidad, tanto la del sujeto cuanto la de los objetos, pierde el carácter formal de “ser de suyo”. El sujeto de los actos y acciones deja de ser el sujeto propietario de ellos, y la realidad externa pierde el carácter de ser de suyo propiamente lo que es. El mundo pierde el carácter natural ontológico de la neutralidad, desaparece la evidencia natural de la realidad, y el esquizofrénico percibe todo como fabricado expresamente para él, todo consiste en señales “para él”. Aquí comienza el “delirio”. Esta es una psicosis de origen genético, donde la “función de realidad” soportada por la fisiología cerebral se pierde. Es una psicosis de involución biológica de lo ya adquirido.
Esta pérdida involutiva de las funciones cerebrales que construyeron las formas de la realidad del mundo humano, caracteriza las psicosis, que constituyen Logopatías. En ellas se pierden las diferencias ontológicas ya logradas, que habían construido madurativamente las estructuras identitarias formales de lo real, a través del desarrollo del LOGOS, de los procesos hiper-formalizantes de la inteligencia del ser humano. Así en las “demencias”, de Alzheimer por ejemplo, se va perdiendo progresivamente la diferenciación semántica entre las palabras que designan las cosas, aparece la “afasia”. Y se pierde la distinción cognitiva entre las formas (Gestalten) que discriminan en la conducta unas cosas de otras, aparece la “agnosia”, se confunde una realidad con otra. Por último, en las demencias desaparece la distinción entre la propia persona y el mundo exterior. Esto pasa también ─de un modo semejante─ en las “psicosis exógenas”, en los cuadros de alteración de la conciencia por traumatismos o por intoxicaciones cerebrales.
Todas estas enfermedades psicóticas producen alienaciones graves, por pérdida del funcionamiento normal del cerebro, con efectos involutivos de lo evolutivamente ya conseguido en el orden biológico, la conquista básica que transforma la estructura estimúlica del nicho ecológico animal, en una estructura cultural de cosas y utensilios, un mundo de realidades con un ser propio, que nos impone su poder realizativo, al tiempo que nos propone exigitivamente su propia cuestión: ¿qué es cada realidad, qué es el ser de lo real, y qué sentido tiene el ser, en especial el sentido del propio ser humano?
Ahora bien, para este artículo, centrado en la construcción madurativa del propio sujeto personal y del ejercicio de su propia libertad, son más pertinentes las estructuras psicopatológicas Timopáticas, que alteran el “sentido” afectante de la vida personal, organizado por el TIMOS. Sus estructuras nucleares son los trastornos neuróticos y no las mencionadas psicosis. Las neurosis están también constituidas como alienaciones. Pero estas no son alienaciones formales de la ontología, no son pérdidas de las formas naturales del ser de lo real, originadas por pérdidas de funciones cerebrales. NO. ¡Las neurosis son alteraciones del comportamiento apropiativo de sí mismo y de las posibilidades de la realidad ─para realizarse y realizar la propia vida─ son “alienaciones modales” del sentido de la realidad. Son conductas des-apropiativas de sí mismo y de lo otro, fundadas en modos inmaduros de sentir y de pretender realizar la propia vida! En última instancia son comportamientos constituidos por “respuestas no libres” a demandas de la propia vida personal, que implican la renuncia al propio ser personal o a la realización de la propia vida personal. ¡Es la renuncia a la libertad!
Si la acción apropiativa no es ejercida de un modo apropiado, no sólo se resiente la realización de la vida, sino que queda cuestionada la propia condición de persona, su propia identidad entra en crisis, como condición esencial de ser el dueño de su vida. Los cuadros psicopatológicos timopáticos tienden a configurarse como “crisis de identidad personal” o como “crisis existenciales”. ¡La persona es realmente personal sólo en la realización de sus acciones personales, esto es, actualizando su condición de sujeto, como principio autónomo de acción! Con su usual precisión y profundidad, Erich Fromm* apuntó que «la interferencia heterónoma en el proceso de desarrollo del niño y más tarde de la persona, es la raíz más profunda de la patología mental.» (1976, p 86) Suscribo esta aseveración, pero acotada sólo a las neurosis, no así a las psicosis.
Veamos sumariamente los ejemplos psicopatológicos más importantes, dentro del campo de la psicopatología timopática.
Fobias y filias:
Estas estructuras psicopatológicas, que de algún modo están presentes a la base de todos los cuadros neuróticos, como alteraciones del apoderamiento, son de las primeras en aparecer en el decurso biográfico; algunas de ellas ya en la niñez temprana.
La “fobia”, como síntoma, consiste en una vivencia de temor-angustioso[5] frente a un objeto o situación, que determina una conducta de evitación o de huida respecto del objeto o situación desencadenantes de la fobia. Esta habitual descripción sumaria del síntoma, oculta una complejidad que abarca enteramente al sujeto y al mundo de dicha vivencia. En primer lugar, el sujeto que experimenta la fobia, en ella NO es un sujeto activo, es en realidad el objeto pasivo que sufre la amenaza del objeto, el cual es el realmente activo en la relación amenazante de la fobia. Claro que esto sucede en la vivencia, no fuera de ella. Por parte del mundo, lo que realmente determina la vivencia de amenaza no es el objeto real con sus propios caracteres operativos. Lo amenazante es la fisonomía, la figura expresiva como símbolo de amenaza. Por ejemplo, alguien que tiene fobia a los perros puede sufrir la vivencia de amenaza por la presencia de un perro “en fotografía”, especialmente si es la foto de un perro grande y negro con la boca abierta. Es la imagen fisiognómica la desencadenante de la fóbica emoción de pánico.
La vivencia fóbica se produce en un mundo imaginario, donde la amenaza posible es realizada (actualizada en el plano imaginario) por un objeto activo sobre un sujeto pasivo, el cual es inundado por la emoción de miedo, que anula su capacidad de respuesta. Esta situación vivencial corresponde a la etapa infantil, en la que el niño vive en un mundo más imaginario que real, frente al cual él no ha desarrollado aún su poder activo de enfrentamiento, ni se ha emancipado emotivamente del entorno. Como en el mundo de la primera infancia, en la fobia, el tipo de mentalidad es la “animista”, como lo prueba el sentirse amenazado por una foto o por un objeto material, que a pesar de ser inerte, es vivido como si tuviese animadversión hacia el fóbico.
En una situación fóbica, el sujeto no sólo pierde su libertad de uso de los objetos de su fobia, como recursos para realizar su vida; es que pierde su condición de ser un sujeto activo e independiente frente a la situación vivida como amenazante. El fóbico, en el ámbito de su fobia, pierde su condición de ser personal.
La “filia” o adicción, otra estructura básica en las timopatías o neurosis, consiste en una dependencia compulsiva respecto de un objeto (o persona) o respecto de la satisfacción de un deseo propio, todos ellos vividos como imprescindibles o necesarios para llegar a ser o para seguir siendo. Dependencias que determinan la realización habitual e ineludible de una conducta adscriptiva concreta, que es destructiva para la persona y para su propia vida personal. Un ejemplo fácil es el del “alcoholismo”, una frecuente y grave adicción en nuestra sociedad (un 6 o 7 % de la población). El alcohólico no bebe por apetencia sino por necesidad. Experimenta la exigencia de ingerir alcohol, para lograr un estado psíquico sin el cual siente que no puede vivir. ¿Cómo le otorga el alcohol la sensación de poder vivir? Por el efecto del alcohol sobre el cerebro el mundo (percibido) se simplifica. Las primeras estructuras que desaparecen son las éticas. En realidad las que desaparecen son las exigencias absolutas (morales u otras), a las cuales el alcohólico se siente incapaz, impotente para responder.
La dependencia alcohólica y a todas las drogas, pero también todas las otras dependencias (al consumo, a la técnica, al sexo, a Internet, al trabajo, al dinero, al poder, etc.), toda dependencia es una adicción al sentimiento y sensación de poder, basada en una actitud fóbica de impotencia que amenaza al sujeto con no ser. De aquí la necesidad, sentida como vital, de acceder al estado que otorga la satisfacción de la adicción, la sensación de poder…ser. ¡Claro que la sensación de poder hacer la vida en un mundo artificialmente simplificado, o la sensación de poder suministrada por el poder de una droga (cocaína), es una mera sensación, de ninguna manera un incremento real de la potencia de acción personal. De aquí que, desaparecida la acción de la droga, reaparece la impotencia personal, pero incrementada, estableciendo un círculo vicioso.
Todas las perversiones se fundan ─realmente─ no en satisfacer una apetencia o instinto, sino en la necesidad de sentirse potente personalmente, por el ejercicio prepotente de quedar por encima del otro o de disponer del mundo, como su dueño absoluto, para satisfacer los deseos. Toda perversión se configura como adicción al abuso de poder. Las perversiones sexuales por ejemplo, operan como necesidad del sometimiento personal del otro, en el terreno sexual. Es siempre un abuso del débil.
Neurosis obsesiva (TOC):
Esta grave neurosis, se caracteriza por la continua lucha del paciente consigo mismo en el interior de su conciencia reflexiva, en lugar de realizar la propia vida en el mundo exterior. Estos pacientes viven en un mundo de estructuras ideales abstractas, amenazado de destrucción por la realidad material. Viven en un mundo in-mundo, de aquí que se sientan continuamente contaminados y deban lavarse las manos continuamente (incluso con lejía). Son invadidos por “ocurrencias obsesivas” auto-inculpatorias, pensamientos moralistas de haber faltado al “deber ser” y al “deber hacer”, con consecuencias graves, destructivas de la realidad. Esto los obliga a una “conducta compulsiva” para evitar la anulación de su identidad social, por su culpa de la destrucción pensada, o para pagar su culpa por el daño realizado en su imaginación. Constatan innumeras veces el cierre de una puerta o de la llave del gas, o se reprochan reiterativamente haber salido a la terraza, con la seguridad creencial de haber tirado una maceta o tiesto de plantas, que habría matado seguramente a un peatón. Si el trastorno es grave, de hecho bajan a la calle a comprobarlo y, como no encuentran el cadáver, concurren a la policía. (ver Pelegrina*, 1990)
Esta severísima timopatía, que puede ser totalmente invalidante, suele aparecer en adolescentes que no superan una mentalidad mítico-dogmática hiper-rígida, inculcada en la segunda infancia. No realizan la adolescencia como desarrollo crítico de sus criterios personales, que les permita fundar su propia libertad de elección de la realización de sus conductas, con la propia consiguiente responsabilidad sobre ellas. Son sujetos que no logran implantarse en la vida como un “yo mismo axiológico”, un sujeto de criterios y valores personales. Son individuos absolutamente responsables, sin ninguna libertad de conciencia, lo que implica no diferenciar el ámbito de sus conciencias morales ─donde saben que son sujetos de sus pensamientos─ del ámbito de la realidad exterior, allí donde sucede la facticidad de los hechos reales. Son sujetos que no han constituido sus propios ámbitos íntimos, diferenciadamente del ámbito público. De aquí que sufran una horrible culpa personal sólo por pensar en malas posibilidades.
Estos adolescentes enfermos, que no realizan verdaderamente su crisis madurativa personal, suelen haber sido niños totalmente sometidos al poder jerárquico de los mayores y de sus leyes ideales absolutas, con impedimento del crecimiento evolutivo del yo psicológico. De hecho, las neurosis obsesivas no existen fuera de las sociedades hipernormativas e ideológicas, que anteponen absolutamente el “deber ser” al “ser”, impidiendo el natural y espontáneo desarrollo del niño y de su libertad de ser.
La depresión:
Por último, en esta sucinta ejemplificación de cuadros timopáticos, de trastornos afectivos, señalaré los “estados depresivos”, la psicopatología actual más frecuente en nuestra sociedad occidental, junto con el “estrés”.
Hay varios tipos de depresión, pero el cuadro de base es un humor sombrío y triste, pesimista respecto de la realización de la propia vida, con desánimo generalizado para todo comportamiento en el mundo, y pérdida de vitalidad anímica y corporal.
El paciente se retira del mundo, al cual vive como inalcanzable, inaccesible, y se refugia en su conciencia interna, rumiando pensamientos negativos e imposibilidades de todo tipo para su propia vida, con sentimiento de culpa personal del fracaso existencial.
El eje central de este cuadro, es el descrito por Tellenbach* (1990) como “Nicht könen”, o “no poder”. Es la sensación y sentimiento de impotencia general para acceder a los recursos del Mundo y apropiarse de su poder facticio, para realizar la propia vida. Esta queda amenazada de irrealización, se pierde la vitalidad y se instala la desesperanza.
El propio Tellenbach ha señalado, como factor determinante de aparición de este cuadro, a la “hiper-ordenalidad” como “modo de ser-en-el-mundo”, con sus corolarios: la “includencia”, el sentirse dentro de una estructura de orden absolutizado y rígido, que impide el acceso minimamente libre al mundo, preso de un orden ideal; y la “remanencia”, estar siempre por detrás de las exigencias demandadas por ese “ordenancismo” perfeccionista. Otro psiquiatra alemán contemporáneo, Alfred Kraus, ha completado esta visión de factores que propician la depresión, señalando la “hiper-normatividad” como un rasgo central de carácter en las personas predispuestas. Este es un rasgo semejante al que señalásemos en el caso de las neurosis obsesivas, que fundamenta el sentimiento de estar siempre en deuda con el “deber ser” ideal.
Para cerrar esta pequeña panorámica psicopatológica, es oportuno señalar que el estudio sobre la “personalidad básica” del occidental contemporáneo, iniciado por Mattuseck (ver Espinosa*), determinó su carácter “ideológico”, esto es, como una personalidad hiper-reflexiva, cuya relación con la realidad no se basa en la experiencia, sino en conceptos y modelos ideales, con carácter de absolutos, que dificultan la realización de la vida. Esto se corresponde plenamente con todos los estudios sobre nuestra época (la Posmodernidad), caracterizada por «la transformación de la realidad en imágenes» (Jameson, en Foster* et al, p 186), lo que reactualiza la conceptuación de Heidegger de la Modernidad, ya vertido en Ser y Tiempo. Esta situación del hombre contemporáneo, posterior a la Modernidad, la cual ciertamente trajo muchos bienes de todo tipo a la humanidad, ha traído también frutos perversos, con su “olvido del ser” y su reemplazo por ideas irrealizables, acompañadas por limitaciones imaginarias, que dificultan la sana maduración personal de los individuos de la sociedad occidental y el desarrollo de la libertad personal (ver Giddens*, 1995 y Giddens et al*, 1996), incrementando ciertamente la incidencia y prevalencia de muchos cuadros psicopatológicos, como es el caso de la “anorexia nervosa”, una psicopatología severa, que apareció en la Modernidad y se ha incrementado enormemente en los últimos tiempos. Estos adolescentes necesitan existir como un ser ideal carentes de cuerpo, ya que carecen de la libertad de ex-poner su identidad personal en al ámbito de la sociedad, donde perciben que no tiene cabida su presencia física. (ver Pelegrina*, 2006 bis)
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[1] Uso la palabra “dominio” en su sentido etimológico de casa (Domus) y de señor (Domine). Dominar, en sentido recto, es enseñorearse de la casa y cuidar de ella y lo que alberga.
[2] Para los sociólogos de los últimos 50 años, es el “imaginario colectivo”, la concepción del mundo y de la vida en él, acorde con la mentalidad prevalente en el colectivo, lo que constituye la unidad social.
[3] J. Piaget La construcción de lo real en el niño. (Proteo, Buenos Aires, 2ª ed., 1968 [1937])
[4] Esta es la tesis central de mi libro sobre Psicopatología General* publicado en el 2006.
[5] Recordemos que la angustia es una vivencia de amenaza total, y que en ella «somos amenazados no sólo con perder nuestro yo individual, sino también con perder la participación en nuestro mundo», como nos dice Tillich* (1973, p 88).